martes, 25 de septiembre de 2012

Por su amor a los libros, Altamirano fue bibliotecario.




"Un bibliotecario más que ser un conservador o un guardián de libros, debe ser un mago que nos lleve a los libros, que nos conduzca a otros mundos"     -Ridha-     
 
Las bibliotecas deben ser atendidas por bibliotecarios que despierten en toda la comunidad escolar el deseo de leer. Es preciso también que tanto los bibliotecarios como los maestros lean y amen los libros, pues resultaría inconcebible que no predicasen con el ejemplo.
 
Y para muestra un botón, en el libro “Ignacio Manuel Altamirano para niños” en donde Vicente Quirarte narra que “cuando se dieron cuenta de que Ignacio no salía de la biblioteca, que parecía alimentarse sólo de letras porque apenas comía para continuar leyendo, decidieron ofrecerle el puesto de bibliotecario.
 
Pocas cosas hicieron más feliz su juventud: él, que en su casa natal nunca vio un libro, se vio convertido en responsable no de uno sino de muchos de ellos, ser el guardián de esos seres que le servían a él y a otros para conocer el mundo en una forma más completa.
 
Con esa nueva responsabilidad, redobló sus lecturas y su amor por los libros. Los trataba con cuidado y delicadeza, les encargaba a los alumnos que pensaran que detrás de cada uno estaba un pensamiento, así como un conjunto de personas que habían hecho posible que ese objeto mágico llegara, con sus sorpresas y sabiduría, hasta las manos del lector.
 
Ignacio Manuel Altamirano nació el 12 de diciembre de 1834 en Tixtla, Guerrero, fue orador, novelista, poeta, historiador, crítico literario, editor, profesor, militar y político.

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