martes, 23 de abril de 2013

HAY DE GALLITOS A GALLITOS… Por Margarito López Ramírez


Contrario a lo que acostumbraba pregonar a voz en cuello don Venustiano Sotomayor Rentería, hombre parlanchín y bravucón, quien aducía que a las mujeres debía de tratárseles con la punta del pie porque eran seres que con artimañas sentimentales mangoneaban a los maridos, repentinamente en el seno de la cantina “Los Agachados” del entorno pueblerino, se empezó a decir que lo mangoneaba su mujer; que no tenía autoridad sobre ella y que como marido era cero a la izquierda. El rumor creciente motivó que personas cercanas a él le endilgaron una cantaleta: “eres mandilón, Venustiano, te manda tu mujer…”

Ante el proceder de sus cuatachos, Venustiano se enquistó en un mutismo que sorprendió a todos aquellos que de por vida lo conocían. De fanfarrón y entrometido como había sido fuera de su hogar, pasó a ser hombre meditabundo, introvertido, apocado,…hasta que un día se le escuchó decir: “¿cuánto apuestan, caterva de habladores, que les demuestro lo contrario?” Admirados de tal actitud, le aceptaron el reto: el viernes de esa semana se reunieron en la casa de él. Y he aquí que se llevaron tremenda sorpresa al observar que la esposa obedecía los mandatos del casero quien con garbo disponía:

“¡Jacoba!: trae la botella,.. Arrima las copas,.. Recoge los envases,.. Prepara la botana;.. Pon hielo a los vasos,.. Condimenta aquello... licua estas frutas… Fríe la carne;.. Calienta este caldo,.. Enfría los refrescos;..  Limpia la mesa,…”

La señora, entre que obedecía y atendía a unos de sus hijos de escasos tres años, iba y venía sin retobo alguno. Todo marchaba bien: Venustiano ordenaba, la señora obedecía y los concurrentes se hartaban a más no poder. Pero sucedió que uno de los invitados, al observar que un gallo rodailo de pescuezo pelón  pepenaba migajas que esparcían los comensales, dijo: “Venus, mata ese pollo para que tu vieja lo guise en chilatequile picoso”.  Engolosinado como estaba con su mandato el hombre de la casa, se dispuso a retorcer el pescuezo del animal en el momento en que su esposa se acercaba con un platón repleto de carnes fritas, tacos adobados, guacamole y costillas de  cerdo salpicadas con limón y salsa picante. En un santiamén  la señora desparramó las viandas sobre la naturaleza de su marido dejándolo como “palo encebado” multicolor y de sabores diversos al tiempo que le decía: “hasta aquí llegamos, Venustiano, ¡hasta aquí! porque mi gallo precioso no está dentro del trato que hicimos. Así es que tú y tus amigos se me van mucho a la…” Alguien intervino intentando sosegar los ánimos pero la ira de la mujer aumentó, y de inmediato los comensales quedaron en mitad de la calle relamiéndose los dedos.

Afigúrense pues, y yo que llegué a pensar que en esta casa mandabas tú, amigo Venustiano”, habló quien parecía comandar el grupo de gorrones, propiciando que doña Jacoba respondiera: “manda, ¡sí!, manda cuando se lo permito; como manda tu mujer en tu casa, bola de hablador, ¡mantenido!, güevón de mierda bueno para nada... Y tú, se dirigió a su marido que intentaba escurrirse e irse con los desalojados, ¿adónde crees que vas? ¡Métete a la casa! Métete a limpiar los desperdicios que dejaron tus pránganas desvergonzados. Haz lo que te he ordenado, y después atiendes al niño porque ya quiere que la “hagas de caballito”.

Sí, mujer, lo que tu mandes -en la voz de don Venustiano se percibía un dejó de nostalgia al observar que sus amigos se alejaban esparciendo alharacas a lo largo de la calle.

Despojada de enojos, y a sabiendas de que su marido cumpliría con lo convenido en su “trato” a cambio de hacerlo amo y señor de un día en su casa,  doña Jacoba Bracamontes, agarró y abrazó a su gallo pelón y dijo: “mira Venustiano, éste si cumple su tarea en eso de pisar a las pollas y a las que ya no lo son. No como los hay por allí que se desentienden de sus obligaciones maritales. Como tú bien sabes, me refiero a personitas soflameras que no llegan ni a gallogallinas”. Y sin decir más se alejó acariciando al rodailo, a la par que canturreaba con empeño musical la canción El Gallito del maestro Miguel Arizmendi Dorantes: “Yo soy de mi casa el gallito/ que desde el amanecer/ hace el mismo trabajito/ y eso ya es mucho qué hacer/ Soy el rey del gallinero/  y de mi casa también… Es verdad que no a todas quiero/ pero a todas les va bien...

Repentinamente el animal intentó librarse de quien lo retenía; irguió su plumaje y lanzó un kiquirikiiiiiiiiií prolongado que se engarzó con el cacaraqueo de una gallina copetona que descendía, coqueta y empeñosa del nidal asentado entre trebejos. Doña Jacoba no ejerció dilación alguna para detenerlo más y de un solo aventón lo puso en medio del gallinero en donde no  rehuyó la visión del cortejo y aparejamiento habidos entre él y la ponedora. El hecho amalgamado en el que su animal ejercía una bestial acometida sexual sobra la naturaleza del la hembra, le produjo un estremecimiento corporal que intentó atemperar llevándose las manos a la cara, y en cuestión de instantes experimentó la necesidad de frotar repetidas veces sus  brazos saturados de vellos erizados. Aspiró profundamente, y cuando aún la gallina mostraba disfrute de la “pisada”, se alejó canturreando una vez más: “Yo soy de mi casa el gallito/ que desde el amanecer/ hace el mismo…”  
El kiquirikkkkkií repetitivo del gallo armó bulla en el corral pues no satisfecho con el empalme logrado en las carnes de la copetona fue tras las caderas de unas pollas búlicas de alas ligeras, generando enojos a Don Venustiano quien con desdén arrojó escoba y trapeador  al tiempo que le dirigía una retahíla de improperios que culminó con un: “¡pinche gallo molero!” en el preciso momento que desde la cantina “Los agachados” se escuchaban acordes musicales provenientes de arpas, vigüelas y cajones de tapeo acompañando tonadas de sones de tarima.

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