domingo, 14 de julio de 2013

Entresemana Sano acuerdo, sana distancia, sana ausencia… Moisés Sánchez Limón

Moisés Sánchez Limón
Cuestionado, criticado y acusado de haber sido producto de una sucia maniobra electoral que se escudó en la llamada “caída del sistema” –de la que Manuel Bartlett Díaz no ha dado la explicación histórica--, Carlos Salinas de Gortari determinó en 1989 echar mano de acuerdos políticos bajo cuerda para afianzar su administración y, sobre todo, su expectativa de gobierno, que entrañó la reforma política, más allá de su periodo 1988-1994.

Entonces tendió puentes de complicidad con su principal contendiente: el Partido Acción Nacional, como aliado para desactivar a la naciente oposición de izquierda. Salinas de Gortari había perdido la elección presidencial frente al ex priista Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, abanderado entonces por el Frente Democrático Nacional, que se convirtió en la segunda fuerza política del país, por encima de Acción Nacional.

Importaba más, sin duda, la alianza con su eterno opositor para evitar el crecimiento de una alianza de singular integración como era la del FDN, en la que incluso participaban el naciente Partido Verde –luego cooptado por el salinismo mediante la inyección de recursos desde el entonces Departamento del Distrito Federal, cuyo regente era Manuel Camacho Solís--y el oportunista Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional, además de lo que quedaba del PARM, de innegable manufactura priista, que el 14 de octubre de 1987, cuando Cuauhtémoc andaba en busca de adeptos, lo nominó su candidato presidencial.

En términos llanos, el PAN fue una especie de carísimo esquirol que dejó de lado esa alianza integrada en 1988, luego de los comicios presidenciales del 6 de julio de ese año, con Manuel de Jesús Clouthier del Rincón, Rosario Ibarra de Piedra y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, contra el fraude electoral.

En esa maniobra para desactivar la alianza izquierda-derecha, nació la “concertacesión”, término de uso libre luego para calificar acuerdos entre el máximo poder político del país con las fuerzas políticas contrarias.

En 1989 el PRI, por instrucciones presidenciales al entonces dirigente nacional Luis Donaldo Colosio Murrieta, nominó a la senadora Margarita Ortega Villa para contender por la gubernatura de Baja California, una plaza francamente ad hoc para inaugurar la concertacesión, merced al caótico gobierno de Xicoténcatl Leyva Mortera.

Nominada a la gubernatura, Margarita fue prácticamente abandonada a su suerte en la contienda frente al candidato del PAN, Ernesto Ruffo Appel. Pocos años después, ya como directora del Instituto Nacional del Consumidor, Margarita falleció convencida de que fue enviada a perder la elección.

Ramón Aguirre Velázquez, aspirante a la candidatura presidencial como regente del Distrito Federal, en la carrera sucesoria de Miguel de la Madrid, es decir, contendiente de Salinas de Gortari, también corrió con esa suerte de la concertacesión, cuando fue obligado a renunciar a rendir protesta como gobernador de Guanajuato, pese a haber ganado la contienda a Vicente Fox Quesada.

Ajustes de cuentas, cobro de facturas, acuerdos inconfesables, alianzas de alto nivel, llevaron luego a la entrega de la Presidencia de la República, en una decisión de Ernesto Zedillo Ponce de León a la que coadyuvaron ambiciones de grupo, displicencia organizativa, excesos de confianza y el arribo de inexpertos operadores políticos que rodearon a Francisco Labastida Ochoa y presionaron a Dulce María Sauri Riancho para perder la elección del año 2000 frente al PAN.

El PAN en ese primer sitio de los acuerdos, beneficiario de la “sana distancia” invocada por Zedillo para dejar en la intemperie financiera y de control al PRI, que tardó doce años en reencontrar el camino, ésta recuperación que avistó el panismo con niveles de gravedad, tantos que determinó aliarse al Partido de la Revolución Democrática en una operación de sobrevivencia política.

Hoy, de reiterada referencia, Enrique Peña Nieto no requiere de concertacesiones para legitimar su triunfo en las urnas. Pero si es importante apuntalar su proyecto de gobierno, por supuesto más allá de 2018. Y el Pacto por México se alza como parteaguas de los acuerdos consensuados entre todas las corrientes partidistas e ideológicas del país.

En ese objetivo es fundamental la participación del PAN, que de la mano lleva al PRD. Por eso puede entenderse la “sana ausencia” de Peña Nieto en los comicios, en las reuniones con el PRI. Aunque su relación con Manlio Fabio Beltrones Rivera entraña un factor que influyó en esto de ausentarse y dejar a su suerte a Fernando Castro Trenti frente al panista Francisco Kiko Vega de Lamadrid.

¿Por qué la manga ancha a los operadores del PAN en Baja California? ¿Por qué la impunidad del gobernador Rafael Moreno Valle en Puebla? ¿Por qué el arriar de la bandera beligerante del PRI frente a una petición-demanda de Peña Nieto a los partidos políticos de aceptar el resultado de la contienda?

Lo ocurrido en Baja California es como paráfrasis de la conseja: si tiene patas de pato, pico de pato, plumas de pato… es una maldita concertacesión. “Ganó” el PAN, mantiene el gobierno por seis años más. ¿Ganó el PRD? Digo.

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